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POESIA Y RELATOS

Las dedignadas

El otro día, cansado de tanta ficción y tanta realidad noticiera, cogí el diccionario. Era el tomo I. Con perseverancia y fruición frenopática, me puse a leerlo lentamente, saltándome el capítulo de las abreviaturas, claro, pues ya conocía el argumento desde mis tiempos de universidad.

Quedé maravillado ante la eficacia quasi nazi del orden alfabético. No se escapaba casi ninguna palabra de sus inflexibles redes (casi, porque habría que administrar más de un tirón a más de dos académicas orejas).

¡Estaban tan monas allí compuestas todas las palabras, tan bien vestidas con sus semas y sememas, sin pelearse ni discutir, igualitas todas, como respetando con fervor una bella y abecedaria Constitución. No podía creer que fueran las mismas que espetaba la verdulera, que esgrimía el pendenciero, que escondían al mentiroso, o daban votos al demagogo.

Estaba ante el gineceo de la comunicación del reino, ante las fijadas, pulidas y esplendorosas hembras de la fertilidad lingüística, feraces paridoras de sentencias, gráciles albañilas de nuestros hispanos versos, astutas fingidoras de bulos y fiascos, celestinas de piropos, cómicas del entremés, artistas de recetarios y pintoras de relatos. Eran las estancias de la letra A.

Con cuánto orgullo y derecho ocupaban sus renglones las palabras. Habían hecho oposiciones y las habían ganado. Se las había examinado a conciencia, en distintos tribunales por toda la extensa tierra; se las abrió en canal ante doctos cirujanos que cortaron, recosieron, decidieron y ordenaron sus vergüenzas para después encumbrarlas en sus dignos pedestales.

Allí el ábaco con sus bolas sobre el abad con sus hábitos, los abalorios del abanderado y los abandonados abanicos, no se abarcaban los abatibles abdómenes y las abejas abrían abismos abizcochados. Todo era alborozo y abnegación, amistad y autoafirmación. Me decían las palabras que eran mías, que se postraban a mis deseos, que yo las conocía para usarlas a placer, que años de esfuerzo, de estudio, plática y lectura habían dado sus frutos y ellas, sumisas, ante el amo rendían su pleitesía. Mas...

Inopinadamente tropecé ¿con qué, diantres, qué ente ignoto se sublevaba? Era un ablano, cierto avellano asturiano que reivindicaba sus raíces; pero además una abetuna tras él levantaba orgullosa su pimpollo, y un ababollo y un abiete y un abigeo con mala leche. Cuán ufano fui ab initio pensando un diccionario abiótico para abipones, cuán ab irato reflexioné. Entonces me di otro golpe con un abitaque y un abitón. Los extranjeros inmigrantes y los avezados arcaísmos me atacaban, claro, con el apoyo logístico de los astutos latinismos. Quedé abrumado. ¿Sería común la situación en las restantes estancias?

Con órbitas palpitantes descerrojé dos páginas e irrumpí agresivo en los bellos dormitorios de la letra b. Buscaba barbarismos bravíos allí embozados. Y lo que antes mi presunción hizo invisible ahora mi impotencia subrayaba: allí fulgían feroces un brocino y un brochal, un brugo en un brulote, un budión y un bué acaparando una buega.

Mi sangre hinchó meandros sobre mis sienes, ecos punzantes de xilófonos asesinos zarandeaban los oídos de mi respiración de colibrí cayendo por infarto neuronal, sobredosis de orgullo, tablonazo de ignorancia repentina. Me desvaí suave sobre el duro pavimento absorto indolente en el vuelo de esas páginas traidoras que sobre mi pecho gritaron su rapaz alada envergadura. Mientras fundía en negro mis constantes vitales, vi surgir del tomo diabólico tres figuras, tres gigantes evanescentes que despreciándome, así entre ellos tranquilamente conversaban:

ALLUDEL: ¿Viste al aeta con el adtor afgano?
BEGARDO: ¡Por Bríos si le vi! Ese baalita con becoquín como baobab. ¡Ya lo bruñía yo con el bedano! Babeaba bedelio por esa bemba como el befo que se barrunta, valga la befa.
ALLUDEL: Anteayer me aleccionó Arjorán acerca del alboroto del affidávit, y cómo lo avistó el arúspice agenciando alkermes como alrota seca. Así se arrebató en arfadas como la aruera al viento.
CARLANCÓN: Mis queridos carcamanes, ¡vaya espesa camanchacha! ¡Casi me crujo las cajillas de un cambalud! Pero os columbro canecos y calamocanos... ¿Algún cusuco en el corrincho?
BEGARDO: ¡Bravo, bodoque! Bienvenido a la bojiganga. Brindábamos por la behetría que barritó el bembón en el bojeo.
ALLUNDEL: Aguarda, amigo, no abacores, que creo achuntar si afirmo aquí que aqueste afable acompañante añadirá con acumen las adefinas que a buen seguro anoche acertaría a aruñar.
CARLANCÓN: Creo que candongueas del capigorra cantinflero que conturba la comarca desque aquí cayera.
BEGARDO: Bullen los bujarrones tras el bojote del botarate: braman que es un bezón, los muy buchines.

Ya no me quedaban pepinillos por alucinar. A falta de suero intravenoso y jeringazo de adrenalina, decidí que mi hora era llegada. Calibré que aquella mujer brumosa medio vestida que se acercaba desde la f era mi fulminante fenecer, mi finiquito fatal. –Felicidades, fondón –me farfulló-, soy la Felatio.

1 comentario

Raquel -

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